miércoles, 12 de diciembre de 2012

Tasas Chinas 1.22: Medios, política y la insoportable subjetividad del ser

Audio del último programa acá y acá. Sebastián Etchemendy sobre Ley de Medios y manifestalización del debate político. Soundtrack: Joni Mitchell, Tanlines, Xtantiero, Spoon, Loenard Cohen.

Les dejo las palabras introductorias, apenas audibles entre los tambores.

En la sobremesa del sábado se cristiniza la conversa. No recuerdo bien como empieza el asunto. Comento la discusión sobre la ley de medios del programa pasado. Las paralabras de Alejandro Pereyra sobre la distancia entre la letra y la realidad de la ley de medios. La decepción de la progresía bienpensante que vota un proyecto por lo que dice y luego se sorprende de los resultados, de que le contrabandeen artículos o le bloqueen el nombramiento de sus representantes. Como le pasó a Pereyra.

Me piden ejemplos y menciono la denuncia de la Junta Indígena Nacional, de que con la excusa de la inclusión de los pueblos opriginarios el gobierno entrega licencias a miembros del Kolina de Alica Kirchner, menciono que los grupos de medios oligopólicos sin cotización pública adelantaron que desinvertirían desguazando el grupo entre familiares y testaferros, como salió en los medios. ¿En qué medios?, me preguntan.

Tocado.

Hablamos de temas complejos y opinables donde no hay fuentes objetivas. Ese es el triunfo del relato, la derrota cultural. Como no hay fuentes ob-je-ti-vas, pues simplemente no hay fuentes. Y sin fuentes no hay debate, hay tribuna. Un partido emotivo pero feo.

No debería pero insisto. Lo mismo sucede con la inflación, les digo. El Indec dice 10%. La oposición 24%. El Indec miente, dice la oposición. La oposición miente, dice el Indec. Entonces nadie tiene razón. Entonces no será ni 10% ni 24%. Somos plurales, vivos. No nos comemos el verso: todos tienen algo de razón y algo de mentira. Partamos la diferencia: 17%. Y así, la irrealidad del relato gana 7%.

La inflación es distinta, me dicen. Se siente. Cierto. La inflación es una sensación.

No debería pero insisto. ¿Qué sucede con todo lo demás, lo que no se siente?, les digo. Hace un mes publiqué con un colega un informe sobre el tamaño y la evolución comparada de la industria argentina. Corto, descriptivo, basado en datos oficiales. El informe mostraba que los datos del Ministerio de Economía indicaban que la industria no había crecido en los últimos años como dicen los funcionarios del Ministerio de Economía en sus discursos.

Escribas oficialistas y lobistas del proteccionimo sectorial criticaron el informe porque definía mal la industria. No somos nosotros los que la definimos, respondimos, es el Ministerio de Economía. Está todo en la página del Ministerio. Entren y vean. Pero la industria no se siente, y los datos, aún los oficiales, se construyen. Así estamos, construyendo datos, abrazados a la ficción.

No debería pero insisto. Los datos son, no se construyen, les digo. Ellos disienten. Depende de cómo se presenten, del enfoque y del corte, me dicen. Uno de ellos me da un ejemplo: si cambias el eje de medición de un gráfico un cambio pequeño puede verse como un cambio más grande. Mi amigo es ingeniero.

No, le digo. Un cambio no se hace más grande si reduzco la escala del eje. Tampoco se hace pequeño si alejo de mi vista la página donde imprimí el gráfico. Si algo que ayer valía 10 hoy vale 5, sé positivamente tres cosas: que hoy es más pequeño, que hoy es 5 más pequeño, y que hoy es la mitad que ayer. No importa la unidad, el color del gráfico o la mancha de café sobre la hoja. El dato es, no se construye.

Hay una diferencia semántica esencial entre la medición del dato y su interpretación. Podemos decir que la inflación no mide exactamente el costo de vida. Podemos decir que, por la presencia de mejores bienes y servicios públicos no incluidos en el ingreso, el pobre, definido como quien no supera un cierto nivel de ingresos, es hoy menos pobre que hace 50 años. Podemos interpretar los datos. Pero si ponemos en duda el mero dato, todas las intepretaciones se vuelven igualmente posibles, y se cancela la posibilidad de construir un saber objetivo.

El obispo George Berkely, idealista del siglo 18 y precursor del relato, decía que existían sólo dos tipos de cosas: espíritus e ideas. Los espíritus eran seres activos que creaban y percibían ideas, y las ideas eran seres pasivos creados y producidos por los espíritus. Ser es ser percibido, decía Berkely. El calor, el dolor de cabeza, la resaca, la indigestión, la inseguridad, la inflación, la pobreza, el hambre, serían apenas percepciones del espíritu. Un espíritu que bien podría ser único ya que no hay manera de confirmar si los demás espíritus con los que convivimos, discutimos y cogemos son más que frutos de nuestra imaginación.

Berkeley me angustia.

Necesitamos el dato para describir la realidad y ordenar su interpretación. Para no ser todos Berkeleys, debatiendo con nosotros mismos, vehementes defensores de mundos imaginarios.

Pero esta vez no insisto. Ya son las tres de la mañana y en vistas de que la batalla está perdida opto por seguir los consejos del obispo y refugiarme en mi isla berkliana y perderme media hora en mi selva personal mientras me repito como un mantra la realidad existe la realidad existe la realidad existe, hasta que la realidad me despierta con la cuenta.

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