lunes, 23 de septiembre de 2013

Elegí tu impuesto

(Publicada el 23 de septiembre en La Nación. Versión editada de un post anterior.)

Sólo este año entraron al Congreso cerca de 20 proyectos para modificar aspectos del impuesto a las ganancias. El tema está de moda, sobre todo en su versión estándar "enroque de impuestos", que consiste en subir el mínimo no imponible compensando la merma de recaudación con la eliminación de exclusiones, principalmente la de la denostada renta financiera (en versión aumentada, algunos proyectos incluyen una actualización de la escala de ganancias y monotributo, financiada con buenas intenciones). Así planteado, sin embargo, el enroque tiene más de expresión de deseos que de iniciativa viable –con un efecto final sobre la equidad distributiva al menos debatible.

Dejemos por un momento la discusión bizantina sobre si el salario es o no ganancia. Probablemente coincidamos en que un salario de subsistencia no lo es y que un salario de 150 mil pesos por mes sí, por lo que entre estos dos extremos habrá algún nivel de salario mínimo por encima del cual debería tributarse el impuesto. Probablemente también coincidamos en que, una vez establecido este salario mínimo no imponible (MNI), idealmente acompañado por una escala ascendente de tasas de ganancias que garantice que el más rico pague una parte mayor de sus ingresos, es necesario actualizarlos para compensar por la inflación –actualización que está de hecho estipulada en la reglamentación vigente (el decreto 649/97 incluye la indexación al índice de precios mayoristas) pero inhibida por artículo 10 de la Ley de Convertibilidad (un sobreviviente duro de matar).

Hace unas semanas, ante las urgencias electorales, el gobierno finalmente respondió con un aumento importante del MNI (en rigor, un subsidio, debidamente notificado en el recibo de sueldo, en línea con la obsesión clientelista que distingue otro rubros del gasto público) y de la escala del monotributo. Con esto, redujo aún más la ya escasa progresividad del impuesto (ya nadie paga las alícuotas más bajas) y congeló el debate hasta marzo de 2014 cuando la inflación vuelva a comerse gran parte del aumento y el tema resurja en las paritarias.

Ahora que pasó el furor, no está de más volver sobre algunos aspectos de la política tributaria (en el sentido literal del entrecruzamiento de la política con los impuestos) que quedaron en un segundo plano durante el festival de proyectos de reforma.

Para empezar, está el hecho de que los números del “enroque de impuestos” no cierran. El costo del “subsidio” a los trabajadores que ganan hasta 15000 pesos sería de 4500 millones (correspondiente a su aplicación en el cuarto trimestre de 2013) mientras que el ingreso por el impuesto a la renta financiera, reducido al 15% sobre la compraventa de acciones no cotizantes y al 10% sobre la distribución de dividendos, espera recaudar 2100 millones. ¿Cómo se paga la diferencia? Según el gobierno, con “esfuerzo fiscal” (ajuste del gasto, suba de impuestos) –o, caso contrario, con elasticidad monetaria (inflación).

Algunos proyectos de la oposición fueron previsiblemente más agresivos en su avance sobre la renta financiera como fuente de ingresos. Propusieron, por ejemplo, cobrar ganancias sobre la renta de títulos públicos –lo que en rigor sería dispararse en el pié, ya que el inversor arbitraría exigiendo un interés más alto en los bonos públicos para compensar el impuesto, con lo que el gobierno pagaría por un lado lo que recauda por el otro. Propusieron también gravar el interés de los depósitos a plazo fijo –haciendo aún más negativa la tasa de interés que perciben los ahorristas en pesos, e incentivando la dolarización o la suba de tasas (de hecho, hablar de inversiones especulativas para referirse a un depósito que pierde cada año 10% de su valor real es casi tan cuestionable como cobrar ganancias sin ajustar por inflación).

Lamentablemente, ganancias aún sigue siendo un impuesto más progresivo que sus sustitutos. Es cierto que, como se ajustó el MNI pero no la escala, hoy las alícuotas en vigencia varían entre 27% y 35%, lo que hace que, una vez tomadas en cuenta diversas exenciones, todos los asalariados alcanzados por el impuesto terminen pagando porcentajes similares de sus ingresos. Pero esto no lo hace inferior a las alternativas, en las que este porcentaje cae con el ingreso: el impuesto al trabajo (aportes patronales) golpea principalmente sobre la demanda de empleo no calificado, y el IVA y la inflación inciden más en hogares de ingresos medios y bajos donde se consume una proporción mayor del salario y done el acceso a instrumentos financieros que protejan contra la inflación suele ser menor.

“Es recaudación que se está cobrando de más, resignarla no tiene costo”, me decía el otro día un colega intentando justificar su propuesta de subir el MNI sin financiar el hueco fiscal. Pocos conceptos económicos son más impopulares que el de la restricción presupuestaria, el “nada es gratis” que liga los gastos con los ingresos cuando no sobra plata. Pero la economía es la asignación de recursos escasos: todo peso que se deja de cobrar en ganancias es un peso menos para gastar en…lo primero en lo que uno gastaría si tuviera un peso más.

Por eso, la pregunta no es tanto si la actualización de ganancias es razonable (lo es) sino cómo se la incorpora en el presupuesto para que, en términos distributivos, el remedio no sea peor que la enfermedad.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Don Draper, JFK y el sueño americano

(Versión, completa y con sus referencias, de la columna de Tasas Chinas publicada el 22 de septiembre en Diario Perfil, a su vez refrito de la intro de Tasas Chinas de hace dos semanas.)
Uno podría fechar el nacimiento del voto cuota y del fin de las ideologías en las palabras William Faulkner. En el climax de la Guerra Fría, el Departamento de Estado de los Estados Unidos puso a sus mejores intelectuales a trabajar como embajadores de buena voluntad, paseando artistas y escritores alrededor del mundo en misiones de propaganda para persuadir al ciudadano global de las bondades de la causa de la clase media americana. En una reunión de este grupo de embajadores, Saul Bellow y William Faulkner, dos ganadores del Nobel de literatura, se trenzaron en una discusión sobre los mejores métodos de promoción. Faulkner, un anti intelectual, fastidiado con Bellow y con tanto intelectual farragoso enamorado de su propia voz, fue directo al grano: todo lo que tenemos que darle a la gente para que entiendan los beneficios del sueño Americano, dijo, es un auto usado y un televisor.
Kennedy versus Nixon de 1960 fue la primera campaña del fin de las ideologías. La primera campaña televisada, mediática, en la que la imagen se impuso sobre el contenido. En una escena del episodio 9 de la primera temporada de Mad Men se ven las siluetas del publicista Don Draper y su equipo mirando los spots de Kennedy y Nixon. En el primer spot se oye un jingle pegadizo que resalta las virtudes generales del candidato, en apariencia contradictorias: su experiencia y su voluntad de cambio; su madurez y su juventud, todo contra un montaje de retratos de JFK intercalados con fotos de rostros felices de mujeres y hombres de la nueva clase media americana con sus autos y sus televisores y sus casas suburbanas en Revolutionary Road. En el segundo spot se lo ve y se lo escucha a Nixon, de traje negro, serio, encorvado, incómodo frente a la cámara, hablando del peligro de la amenaza comunista. (El equipo de Draper, encargado de la campaña republicana, se agarra la cabeza. Uno de ellos incluso propone un plan para evitar que Kennedy pueda comprar minutos de TV.)
“Este es un gran país, pero creo que puede ser másgrande; es un país poderoso, pero creo que puede ser más poderoso”, dice Kennedy mirando a cámara durante el primer debate presidencial televisado de la historia. No dice mucho más que eso, pero después del debate el consenso indica que la audiencia televisiva le da la victoria a Kennedy (la audiencia radial, le da la victoria a Nixon).
En otro episodio de la primera temporada de Mad Men se menciona otro mito fundacional de la política estadounidense: Kennedy le roba la elección a Nixon con la ayuda de los votos truchos del alcalde de Chicago, Richard Daley, conseguidos gracias al dinero y las influencias de Joe Kennedy Sr. Un mito que no sólo presagia el de Watergate como la revancha de Nixon contra el “establishment” que lo desprecia y margina, sino que suele ser interpretado como el predominio del privilegio y el aparato de los Kennedys sobre la esmerada movilidad social de los Nixons –es decir, como la refutación del sueño americano– complemento del predomino de la forma sobre el contenido en la campaña de 1960.
En el mismo episodio, Don Draper, indignado con Kennedy y con Pete Campbell, un subordinado de apellido ilustre que lo extorsiona con revelar su pasado (Draper es un héroe accidental, un ladrón de identidades), lo empuja a delatarlo con el jefe de la agencia, Bert Cooper. Pero Cooper, al oír la historia de boca de Campbell, le da una respuesta que remite a las pandillas de Nueva York de Asbury y Scorsese: Qué importa esa historia, le dice, si al país lo construyó  gente con peores historias (como la del mismo Joe Kennedy Sr, que ascendió de distribuidor ilegal de alcohol durante la ley seca e inversor sin escrúpulos a presidente del ente regulador del mercado de capitales y embajador en Inglaterra).
Tal vez para empujar la trama o para alimentar la esperanza de la audiencia, en la ficción la movilidad social se impone sobre el privilegio. Pero la ficción emula la realidad de un modo sutil. La movilidad no es siempre virtuosa: a pesar de su sesgo republicano y de sus orígenes humildes, Draper no es Nixon sino Kennedy, el fraudulento.
Un hombre es el lugar donde se encuentra en cada momento, dice Cooper, el pasado es accesorio. Cualquiera resiste un archivo.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Tasas Chinas 2.27: Kennedy vs. Nixon

Audio del programa del martes 10 de septiembre, acá y acá. Intro sobre Faulkner , Kennedy y Nixon y el comienzo del predominio de la imagen sobre el contenido. Nicolás Dujovne sobre economía electoral y Sonia Jalfin sobre cómo comunicar ideas complejas (y a qué costo). Playlist: Miles Davis, Blonde Redhead, Dengue Fever, Bob Geldof, Tony Allen, Cat Power & Karen Elson, Cowboy Junkies, entre otros.

domingo, 8 de septiembre de 2013

Dame un chico y te daré al hombre

(Publicada el 8 de septiembre en Diario Perfil)

En 1964 unos documentalistas ingleses liderados por Paul Almond reúnen y entrevistan en Londres a catorce chicos de 7 años de procedencia socioeconómica lo suficientemente variada como para representar a la sociedad británica de 1964. El documental se llama Seven up!

Uno de los entrevistadores y futuro director, Michael Apted, planea reunirlos y reentrevistarlos 7 años más tarde para corroborar si el chico de 7 anticipó al muchacho de 14. “Hacemos esto porque queremos tener una idea de la Inglaterra del 2000”, dice, “la cajera y el ejecutivo del año 2000 tienen hoy 7 años”. Efectivamente, Apted entrevista y filma al mismo grupo cada 7 años. La última entrega, 56 up, se estrenó en Inglaterra el año pasado.

En esta serie de documentales (previsiblemente llamada “la serie Up”) se ve a Tony, del humilde East End de Londres, diciendo a cámara a los 7 años que de grande será jockey y que, si no lo lograra, será taxista. A Tony se lo ve de nuevo a los 14 entrenando para jockey en un establo, y a los 21, tras haber fracasado como jockey, entrenando para el Knowledge (el examen de taxista). En la serie se ve a tres chicos ricos, Andrew, John y Charles, enumerando a los 7 años los colegios y universidades a la que piensan ir y, más tarde, a los dos primeros yendo a esos mismos colegios y universidades. Se ve a Bruce, pupilo en una escuela privada, diciendo a los 7 años que quiere ser misionero para enseñar a los chicos pobres de África y, más tarde, enseñando en escuelas del East End y de Bangladesh. Se ve a Jackie y Sue, de hogares de bajos recursos, diciendo a los 14 que su aspiración es formar una familia; a los 21 las dos están casadas y con hijos, sin educación universitaria y en trabajos de baja calificación.

En el primer documental los productores piensan en hacer que los chicos formen fila y que tres de ellos den un paso al frente y digan: "De estos chicos sólo tres tendrán éxito". Tal vez porque la interpretación dice tanto del objeto como de su observador (mientras filmaba 21 up, Apted hizo tomas de Tony en barrios marginales para usarlas en el futuro porque esperaba que Tony se volviera un delincuente), la serie confirma en la mayoría de los casos la tesis política detrás del proyecto: la estructura clasista británica determina la suerte socioeconómica de los chicos al nacer. Con una excepción (precisamente el jockey frustrado por el que Apted daba tan poco, que al convertirse en taxista sube un escalón social), los demás protagonistas permanecen dentro de sus clases de origen.

Pero con el correr de los septenios la investigación gira hacia el costado psicológico de la premisa determinista jesuita invocada en el primer programa: “Dame un chico hasta los 7 años y te daré al hombre”. A medida que el ensayo de clase se aclara (más o menos a la altura de 21 up), el ensayo personal se vuelve más central y complejo: cuanto más cambian los protagonistas más se parecen a sí mismos, a sus versiones enanas en blanco y negro, como si se tratara de personajes guionados de un tirón por un mismo autor en una noche de insomnio. Lo que dispara la pregunta: ¿Cuántos de nosotros hemos vivido de acuerdo a los planes formateados desde los 7 años por nuestra familia y nuestra clase social?

(Mientras escribo esto hago memoria: a los 7 no tenía idea de qué sería de grande, a los 14 quería ser músico, a los 21 psicólogo de laboratorio, a los 28 pensaba en abandonar el doctorado, a los 35 en frenar una corrida cambiaria, a los 42 vivía en Manhattan sin tiempo para pensar en nada, a los 49, supongo, querré volver a tener 28. En todo caso, nunca tuve mucha idea de lo que sería y cuando creí tenerla no se materializó ni duró. Mejor así. Pensar que existe allá afuera una grabación casera, temprana, donde expreso mi interés por la economía o por la redacción de columnas dominicales sería terriblemente anticlimático.)



miércoles, 4 de septiembre de 2013

Tasas Chinas 2.26: Emprendedores políticos

Audio del último programa, acá y acá.

Diego Genoud sobre Lanata y Massa y Martín Becerra sobre la audiencia ante la Corte sobre la ley de medios. Abrimos con Suetonio y un clip de Marina Bugallo y cerramos con Karina Galperín y su Whitman porteño.

Playlist: Miyake, Lenine, Arto Lindsay, Dean & Britta, Quincy Jones, Neil Young y Magnetic Fields, entre otros.

Acá abajo, transcripción de la intro, con algún refrito propio y una cita cortesía del amigo e historiador Diego Valenzuela.

Nada como una coyuntura económica adversa para sensibilizar al votante contra los indicios de corrupción o mala praxis. De ahí la naturaleza cíclica de la corrupción como leitmotif de la política argentina: la insignificancia testimonial del festival de denuncias en los años dorados de la convertibilidad, y su rol central en la victoria de la Alianza en la antesala de la crisis; o la irrelevancia del capitalismo de amigos en la etapa del idilio sojero a tasas chinas, y su popularidad reciente como sostén de manifestaciones y pilar del rating televisivo. De ahí también la nueva vida de denuncias viejas en el programa de Lanata, o la correlación negativa entre la tasa de crecimiento de la economía y la imagen positiva de Elisa Carrió.

Cuenta Suetonio, en su Vida de los doce Cesares, que lo primero que hizo Vespasiano, al asumir como emperador romano en el año 69, fue reorganizar las finanzas. 

En su afán por recaudar para edificar el Coliseo y volver a llenar las arcas de Roma que estaban vacías, Vespasiano tuvo escasos reparos en cargar al pueblo con numerosos impuestos, encareciendo los que estaban en vigencia y recuperando algunos de antiguas ordenanzas. 

Para aumentar la eficacia tributaria escogió un camino expeditivo: vendió a altos precios los altos cargos públicos. "De todos modos —decía Vespasiano—, todos son ladrones, y en cierto modo los fomentamos a serlo. Mejor es que vayan restituyendo anticipadamente al Estado un poco de lo que roban.» 

Un método similar eligió para reorganizar el fisco: lo confió a funcionarios escogidos entre los más rapaces y esquilmadores y los soltó con plenos poderes en todas las provincias del Imperio. Jamás la tributación de Roma funcionó con tal despiadada puntualidad. Pero, consumada la rapiña, Vespasiano llamó a Roma a los ejecutores y, tras elogiarlos, les confiscó todas las ganancias, con las que, una vez equilibrado el presupuesto, resarció a las víctimas y se ganó el amor de su pueblo.

Una variante moderna del método Vespasiano para limitar el costo fiscal de la corrupción de los altos funcionarios enfrentaría hoy un problema de liquidez: los funcionarios salen ricos pero entran pobres. La solución podría venir de la mano de los bancos públicos, con una línea de crédito para futuros funcionarios, similar a los créditos estudiantiles, o a los préstamos hipotecarios. Garantizados por familiaries y amigos y potenciales testaferros, los préstamos se irían repagando a medida que los empleados y representantes públicos acumularan propiedades y tierras con la milagrosa inversión de sus magros sueldos y dietas. 

Una facilidad a tasa variable y creciente, destinada a los emprendedores de la política, que sin duda contribuiría a la igualdad de oportunidades y acercaría a las mejores mentes a la gestión pública.

Aprendamos de las lecciones de la historia.